Estoy de pie frente a las pinturas de Susana Pardo, con la mirada fija en un paisaje de ocres vibrantes, con árboles y nubes en pleno movimiento.
Una de esas nubes cubre mi vista y surgen de mi memoria la imágenes dormidas de las distintas casas de la familia Pardo Armanet, todos lugares íntimos, con olor a jazmín y trementina.
Susana Pardo ataca la tela con espontaneidad, expresándonos su intención de conservar la pintura en su estado más puro, protegiendo ese acto inicial, el impulso. De allí que sus colores armonizan más allá de la pupila transportándonos a un jardín interior lleno de poesía.
Pienso que estas obras poseen el alma y los recursos técnicos de una buena pintura. Son a la vez desenvueltas y sutiles, agresivas y tiernas, pero sobretodo nos trasmiten lo mejor de la vida, la alegría. |